13/12/08

· Carta a Juan Carlos Mestre ·


Hace 20 (dos cero) años que estuve en China, allí donde te encuentras. En algún meandro de mi cerebro tengo rincones de ese país escondidos . Fíjate en ellos y comprueba si son como los recuerdo; fíjate cómo huele a raíces húmedas, a humus. Fíjate cómo miran sus ojos: paralelos a los manillares de sus bicis rasgadas. Fíjate cómo las alas de las libélulas que sobrevuelan las aceras están talladas con los vidrios ahumados de las cristaleras de las pagodas. Fíjate cómo las mejillas de las mujeres mantienen el color de los polvos de arroz que se esfumó de los frascos de las emperatrices. Fíjate cómo en las tiendas aún enrollan las sedas en los cilindros de madera del siglo XIX. Fíjate cómo aún los ábacos son la regla numérica para el comercio. Fíjate cómo las ancianas defienden sus huertos a pedradas de los ladrones de frutas.
Fíjate cómo el Yan tsé tiene el color ocre de las montañas sagradas y cómo los primeros automóviles están lacados como las puertas de los templos: con auténtica laca roja. Fíjate cómo los pequeños no usan pañales y tienen una apertura en su pantalón para lo propio y cómo aún los artesanos utilizan sus manos durante una noche para labrar un sello que lacrará el secreto eterno.
No hagas mucho caso de los rascacielos, de los economistas que hablan de superpotencia, de los neones capitalistas que intentan amanecer, porque aún permanecen recónditos aquellos lugares que conocí.