28/3/15

STJ500



Los primeros 500 años de vida de Teresa de Cepeda. 

Su figura y sus palabras son tan intensas como entonces.  Con su vigencia estarán de acuerdo quienes busquen en ella una respuesta religiosa más auténtica o una explicación a la vida mística. 
Teresa no podía sobrepasar ciertos límites ni por la mirada de la Inquisición que le pisaba los talones, ni por su propio contexto en el que la misoginia generalizada e interiorizada consideraba a las mujeres intercambiables, cuando no superfluas. 
Cuando le convenía, Teresa era capaz de saltar por encima de toda frontera. Se empeñó en fundar un movimiento de mujeres pobres, independientes y asesoradas por los intelectuales de mayor nivel posible. Reivindicó una visión muy particular de Dios y de la manera de manifestar su amor por él. Le llegó a pedir un beso en los labios; osadía mayor que se castigaba con la hoguera. 

Teresa me fascina. 

No hay preámbulos en sus cartas, sus diarios ni  sus poemas. Es intensa la escritura que dejó en un corto tiempo vital pues la enfermedad la mantuvo inválida muchos años. No habló demasiado de ella misma. En su correspondencia es una mujer moderna. Tozuda, con fe en sí misma, con amistades fieles y graves desengaños, en cierta medida, ingenua pero también muy astuta, intensa, dramática, preocupada e incansable. Teresa hizo lo que realmente deseaba: manifestar su amor a Dios y escribir con una pasión casi contemporánea. 
Cuando esa monja problemática y andariega vivió, aún no habían nacido Shelley, Dylan o las Brontë. 
La mujer, la escritora, la enferma, la reformadora, la mística, la rebelde, la enamorada, la niña frívola, la negociadora, la abrumadora, son las composturas de Teresa que más me mueven.


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