6/12/13

· La casa ·



Dejaban mi cabellera colgando desde el tronco
de la puerta como trofeo.
Sin precedente en la historia de indios manantiales,
y una cuenca abierta, para la mirada
de los ojos indiscretos colocada a la acera del abismo.
Y ésta era mi morada.
Una víbora encerrada en jaula,
destinada a cualquier pájaro,
y una piedra caída temporalmente desde la cima,
una piedra nómada en busca de aventuras servía de puerta,
de mesa de comedor.
Qué queréis que se haga con estos materiales.
Nada. Sino escribir poesía melancólica.
Acaso, cuando la noche despierte
debajo de los murciélagos,
no haya otra cosa sino una sensación;
y a estas vertientes
que a uno le aparecen desde el fondo de los ojos.
No hay sino un alud de hijos de piedra,
de hijas de agua de hijos de árboles.
Entonces escribiré mi biografía
al uso de poetas indecisos.
Miraré a través de una llama de cobalto
y distinguiré objetos olvidados;
como cuando dormía adosada a la pared
y todo parecía bello sin serlo.
Tomaré una de mis pequeñas flautas colgantes
y entonaré la canción de amor.


Stella Díaz Varín