12/2/12

· Atenas ·



Atenas, te aterricé en 1991 con mucho dolor.
N. G. y R. organizaron este encuentro ateneo para mí; querían recomponerme no sólo de un dolor también de una disgregación de mi ser provocados por la muerte de mi hermana Beatriz.
Me arrastraron hasta el avión. En ese aterrizaje, vislumbré el Partenón en las alturas de la lejanía de mi primera noche del primer verano, amargo como una almendra negra.
Atenas fue el lugar de mi primera recomposición. N. G. y R. me dedicaron sus mejores intenciones. Me aliviaron con afecto en sus atenciones diarias. Pusieron todo su amor en el asador de los octopus, Χταπόδια , y me los sirvieron en bandeja. N. alquiló una vespa para evitarme el duro ascenso al Partenón bajo un sol de justicia. Me agarré a su cintura y fue silbando hasta arriba, melodías absurdas que me hicieron sonreír y ascender el nivel de mis glóbulos rojos.

Atenas me reparó.

Volví a aterrizarla dos veces después para reconocerla en su belleza desapercibida antes, para compensar la devoción con la que fui atendida en sus calles.
Las revueltas de Atenas me revuelven umbilicamente.

Por simbiosis.

Siento mío el ardor de tu pueblo. Tal vez te reencuentre para preservar lo que es vuestro.


11/2/12

· Granada ·


Arrastro mi maleta, cojo las llaves de un coche nuevo y confortable.

Me dirijo hacia un lugar que conozco bien pero que hace años no piso. Es la región del libre albedrío.

Arranco hacia la extremadura de las desataduras, el lugar donde se inicia un horizonte nuevo, sin rumbo, en el que está garantizada la plenitud de la acción.

En el gris metálico de un suelo de amianto y abril, en el gris metálico de un cielo, veo descender por la pendiente el gris metálico de una nave que viene a mi encuentro.
Todo en mí sonríe y reverbera.
Alcanzo la explanada y chequeo la mirada azul, plácida como el cielo del 25 de abril. Se baja de la nave, me desplaza de mi asiento para tomar el control de mi nave espaciosa y reluciente de pantallas luminosas.
Duerme, reclínate, yo te llevo.
Serás la Reina de Granada por unas horas.
Me reclino sobre palabras distintas. Respaldo seguro, sereno, confortable. Comemos, paramos, y una voz apacible me rinde feliz.
El temperamento cálido de Granada nos entrega aún más a esta indolencia que arrastramos sobre las ruedas.
Ponte más guapa. Te espero abajo.
Encontramos el mejor sitio para descargar en la feria del libro de Granada. Cielo malva, aceras blancas, la providencia del trébol de 4 hojas nos escoge el aparcamiento privilegiado.
No tolero que cargues mis cajas de libros sobre los hombros, como un esclavo. No puedo.
Sí, tira, me da igual, todo es para que brille mañana. Lo hago por ti.
Depositamos en las casetas de los libreros que nos miran incrédulos.

20 ejemplares aquí, 20 en esta otra.

Es finales de abril y pensaba que el tiempo era cálido de rebeca. La prisa olvidó mi rebeca y el frío de la sierra granadina es cubierto sobre mis hombros por una cazadora que más sabe de fríos que de temperaturas imaginarias.

Repartido el todo, comienza a despegarse un beso infinito que va subiendo a la altura de unos cipreses esbeltos dentro de un patio finito por ecos transparentes.

Transcurren ocho horas.
En doce, no llegamos...

¡Para! Me bajo, tomo un taxi, llego antes. ¡ Mesperan !.
¡Mírate el pelo despeinado!
Mentretienes con el desaliñar y llegamos.

¡Qué buen malabarista eres!

Sucumbimos al desasosiego del final en una gasolinera, desnudándome a los ojos de todos sin importarme, despojándome del vestido y calzándome el vaquero roto que tanto nos une para emprender un viaje de vuelta descalza sobre el hechizo

escuchándote.


· 25 abril, claveles rojos ·