18/10/14

LUA



Vi la ventana abierta como de costumbre y supuse que estabas fuera. 
Hacía una luz de verano en la cocina y me sorprendió que no me saludaras como de costumbre ni que estuvieras entorpeciendo mis pasos del café a la nevera.

Tengo prisa, habrá atasco, voy con el tiempo pegado en el culo. Salgo, arranco, me voy sin verte.

A mi vuelta, no estabas aplastada por el calor al pie de la escalera, como de costumbre en aquellos días de julio, esperando mi regreso con un maullido seco de bienvenida.

Lua era seca, altiva. No se dejaba acariciar, no estaba domesticada. Era callejera, salvaje y libre. Morena de ojos verdes, mi Ava Gardner. Era tan fémina como yo. Me fue leal. Estuvo siempre cerca de mí, a una distancia prudencial de más de 3 metros pero siempre cerca los 8 meses que estuve parada, paralizada, sin actividad, sin nada. Las 2 féminas, las dos de negro, silenciosas, inseparables. 

No estaba. 

Te esperé sentada en el banco negro de la entrada. Oscureció y fui a buscarte por el barrio, una calle, ora su paralela, ora su perpendicular. Y vuelta a empezar. Así hasta las 3 de la mañana. Me acosté rendida ante la evidencia de que algo grave te había sucedido. Estuve 3 días gritando tu nombre por las calles del barrio, pegando tu foto en las farolas de las calles del barrio preguntando a los vecinos de las calles del barrio.  Nada. Fue un 23 de julio y prosiguieron 3 dias oscuros buscándote. 

Regresaba el 4º día de mi faena cuando las ruedas de mi coche sortearon una sombra oscura en las líneas discontinuas del arcén. Eran las cinco en punto de la tarde. A 40 grados, descendí la pendiente más próxima al arcén y te reconocí aplastada. Me dio un vuelco el corazón, un golpe de calor, de certeza. 

No me pude acostumbrar a tu ausencia porque no era como de costumbre. Me dolió tanto que tardé casi 80 días en reconocerte públicamente aunque siga reconociendo que me faltas aún.

Mi eterna gratitud, Lua.