21/12/12

21·12·12


Alineamiento maléfico del sol con el centro de la Vía Láctea, inversión de los polos magnéticos, colisión de la tierra con un planeta... El apocalípsis anunciado por profetas más o menos  iluminados adopta formas variadas. 
Los pueblos mesoamericanos tenían una noción del tiempo diferente a la nuestra. Descodificar la lengua y el calendario de cuenta larga de los mayas fue tarea ardua. El esplendor de su cultura brilló un corto período de tiempo (entre el año 250 y el 900 d.c.). Quedan pocos testimonios de esta civilización entre otras cosas, porque el franciscano Diego de Landa que viajó a la península del Yucatán en 1549 a evangelizar a los pueblos indígenas, se apresuró en manifestar terribles Autos de fe quemando innumerables y valiosísimos documentos mayas: piedras labradas, vasijas y códices, entre otras joyas. Paradójicamente, fue este monje pirómano quien, en su vejez, a partir de los relatos orales de los últimos indígenas, compiló en el manuscrito Relación de las cosas de Yucatán todo el saber que había fulminado. Tal vez pretendió asegurarse la indulgencia plenaria recuperando algo de la valiosa información que destruyó en su época de inquisidor. 
Las sociedades mesoamericanas tenían una intensa actividad ritual que seguía el ritmo de los ciclos de su calendario. Utilizaban dos calendarios: el civil haab de 365 días y el sagrado tzolkin de 260 días repartidos en 13 meses de 20 días y que servían para coordinar los ciclos de Marte, Venus, Saturno y Mercurio. La combinación de fechas mediante los dos sistemas era suficiente en la vida práctica ya que la coincidencia de un día en ambos se producía una vez cada 52 años, lo que rebasaba con creces la expectativa de vida de cualquier indígena. 
El descubrimiento en 1980 de un glifo en Tortuguero (Méjico) fue determinante para descifrar el calendario maya: la fecha de un fin de ciclo. Se trata del advenimiento de un fin de ciclo de 13 baktuns.
13 x 144.000 uinales = 1.872.000 días = 5.128,76 de nuestros años, ciclo que termina el 21 de diciembre de 2012.
Fin del mundo, no; fin de un ciclo. Tan naturalmente como se pasa del otoño al invierno un 21 de diciembre de 2012.



13/12/12

· Gestos comunes ·


Él: un hombre enjuto, flaco, barba blanca y gorro de lana azul hasta las cejas. Yo: toda de negro, falda, abrigo y gorro negro ladeado con cierta intención coqueta. Los dos nos hemos bajado en la misma estación a la misma hora, las 17h. 26mn. Él tiraba de un carrito amarillo cargado y viejo; parecía como si le hubieran borrado el logotipo de Correos para reciclarlo. Yo sujetaba un maletín negro grande y algo usado que aún conservaba cierta apariencia ejecutiva. Hemos hecho el mismo recorrido subterráneo, uno al lado del otro. El carrito amarillo y cargado circulaba rápido; el maletín negro menos abultado pero muy pesado no era tan ágil. Hemos salido en la misma avenida, hemos girado a la izquierda en la misma calle Hortaleza y nos hemos parado delante de la misma puerta. La librería aún permanecía cerrada. Hemos esperado los mismos siete minutos mirándonos extrañados. Se encienden las luces, se abre la puerta y se me adelanta el carrito amarillo. Los dos tenemos prisa. Ha sacado sus libros, todos de bolsillo y ya leídos (o no): La tía Tula, Tratado sobre la tolerancia de Voltaire y un montón más que que ha ido apilando sobre el mostrador. Cobra y se va. Avanzo y dejo los dos míos, muy voluminosos y sin leer aún. Cobro y me voy. Desciendo la escalera a gran velocidad, voy con retraso. No espero en el andén, subo rápido se cierran las puertas, me giro y estaba de nuevo ahí, con su carrito vacío y yo con mi maletín ligero.