28/7/13

· Nerea ·


Apareció el 7 de noviembre de 2012. Hablaba rápido, movía las manos con ademanes de índice y meñique apuntando hacia los neones del aula pero se contenía frente a los padres de unos adolescentes repudiados que simpatizaban con ese brazo levantado, mitad puño cerrado mitad dedo índice y meñique. Desde el humilde púlpito de un suelo básico y una pizarra verde de tizas, se dirigía a los padres del rebaño descarriado con el mismo gesto insolente de U, aunque más educado.

Detecté enseguida ese gesto macarrilla  cuando taconeaba sus botas negras y cuando se ceñía sobre el cráneo el pañuelo palestino que ocultaba su calvicie. No tenía un pelo en la cabeza ni en la lengua. Tampoco tenía un pelo de tonta. La quimioterapia se los había arrancado de cuajo. Me entusiasmó su compromiso con los adolescentes apartados del sistema. Tanto, que la esperé en la puerta de la academia de la glorieta de Bilbao con un cigarro en la mano.
Meses después, el mismo 30 de enero que celebraba mi cumpleaños, mi adolescente que no adolece de nada me pone el móvil en la oreja: «Felicita a Nerea que también es su cumpleaños hoy». Desde entonces, desde que supe que era una treintaenera, no la he descuidado. 

La última vez que nos vimos fue un domingo de junio en la puerta de mi casa. Sabíamos que el martes empezaba su calvario pero hicimos como si no. «Dame una vuelta en tu moto» dije.  Me puse el casco, me subí de paquete y arrancó a toda hostia. Fuimos a Barajas, le enseñé donde vivía nuestro rapero favorito y volvimos a toda hostia. El viento golpeaba mis brazos y mis muslos y sacudía nuestras camisas.  Me agarré fuerte a su espalda. «Tal vez nunca volveremos a motear» pensé.  Se la jugaba el martes a vida o muerte. Abrazo apretado. «Te escribo todos los días, tienes mi palabra». Y se fue.

El martes se metió en una célula de aislamiento durante 27 días. Le aspiraron los glóbulos blancos, eliminaron los resquicios malignos con insecticida de quimioterapia, le limpiaron la sangre y se la volvieron a trasfundir. Después, trasplante de su propia médula. Tiene que reiniciarse en 72 horas. Esperamos. Pasa un día, otro día... nada. Mucha angustia, ella. Yo mando toda mi energía por sms, whatsapp y gmail. Exaspero. No puedo hablar con ella aún, aunque llevemos 24 días en contacto escrito. Sé que está tan débil que está «pegada en la cama como un tatuaje», me escribe literalmente. Dos días sin saber nada de ella. Su debilidad le impide escribir. Me subo por las paredes. Un sms me anuncia que su médula prende a las 53 horas.  La tregua de 19 horas se desvanece y todo se resetea.  Alivio y sonrío.

Nerea se inaugura. La despegan del sobre hace tres días y se la llevan a resurgir a León, su ciudad natal. 

Volverá. 


R  E  S  U  R  E  C  C  I  Ó  N  I  N  S  U  R  R  E  C  I  Ó  N




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