9/11/12

· Acoso y derribo ·


Amaia Egaña, 
lloraré la desesperación de tu último minuto.


Amaia tenía 53 años. Sus dificultades económicas le impidieron pagar la hipoteca. Sé cómo proceden las entidades financieras: llaman con insistencia, acosan, amenazan. Yo sé hasta aquí. Ella no. La hostigaron y siguieron su rastro hasta que la acorralaron. Apuntaron el disparo en la nuca con una amenaza de muerte: el desahucio. Ella prefirió salvar su honor con el acto más sublime de libertad: el suicidio. El acto más excelso del querer del hombre, siendo un acto de total sumisión a la voluntad de vivir. 

Quien comete un suicidio busca con desesperación liberarse de males y dolores antes que acabar con su vida. Si pudiera escapar de los males que lo angustian sin recurrir a la propia muerte, lo haría. Un suicidio es realmente una manifestación de voluntad de vida.

El suicidio, lejos de negar la voluntad de vivir, la afirma enérgicamente. Pues la negación no consiste en aborrecer el dolor, sino los goces de la vida. El suicida ama la vida; lo único que le pasa es que no acepta las condiciones en que se le ofrece. Al destruir su cuerpo no renuncia a la voluntad de vivir, sino a la vida. Quiere vivir, aceptaría una vida sin sufrimientos y la aceptación de su cuerpo; pero sufre indeciblemente porque las circunstancias no le permiten gozar de la vida.

Shopenhauer


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