3/9/11

· fiebre inteligente ·


Sin ser amigos por los que se daría un tiempo importante de su vida, eran amigos por el hecho de compartir el espacio de 39 m2, durante ocho horas, cinco días a la semana, dieciocho meses. Ese compartir crea afinidades, crea complicidades.

Su compartir era un lugar aséptico y frío (el termostato del edificio inteligente no hace siempre simbiosis con el termostato del cuerpo) y oscuro (porque las persianas del edificio inteligente giraban, en función de la luz, tan imperceptiblemente como giran los girasoles; no con la determinación natural de éstos, sino con la programación artificial de aquéllas).

Estaban en la penumbra de la sala con idéntico reflejo azulado de las pantallas sobre su rostro. En una ruptura de silencio, buscando palabras y gestos solidarios que aplaquen el ardor, se dice:

- ¡Esta fiebre parece interminable!
- ¿Qué te pasa? ¿Estás enfermo?
- Llevo así tiempo. Me viene y me va.
- ¿Pero has ido al médico?
- Sí. Me han hecho pruebas, analíticas y no encuentran nada. Aparentemente, todo está bien.
- Y ¿Por qué no te das de baja?
- ¿Con un contrato temporal? ¿Arriesgándome a la no renovación? Hay que pagar un precio por ello. Pero desde luego, llevo el día pensando en una cama.
- Que te sea leve. Si te puedo ayudar en algo...

No respondió.




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