16/9/11

· edición crepuscular ·


Se diría que el libro en soporte papel que alimenta una industria fabulosa de prototipos, en cierto modo está en peligro de extinción y desprende ya el extraño aroma de lo crepuscular. Los discursos retóricos y satisfechos en torno al libro se contraponen a nuestra diaria experiencia marcada, entre otros factores, por la disminución de la lectura en centros escolares, la pobre dotación de nuestras bibliotecas públicas o los programas de fomento del libro. La lectura, que es y ha sido un factor clave en el acceso al conocimiento para la formación del individuo, parece considerada como un lujo inaceptable en el mundo de la utilidad inmediata: está creciendo el analfabetismo de los alfabetizados. Asimismo, los movimientos de concentración y transnacionalización editorial han llegado a alcanzar niveles más que significativos.

Esta nueva situación evidencia la distancia, sin precedentes en nuestro país, entre los grandes grupos de comunicación multimediáticos (también propietarios de sellos editoriales) y las editoriales pequeñas y medianas. Se configura así, un panorama cultural e industrial del libro que reclama un análisis y una valoración urgentes toda vez que sus efectos ya se hacen notar en todo el proceso del libro: en la elección de los textos, en cómo se producen los libros y en cómo éstos se comercializan y promueven ante la sociedad lectora.

Se observan con preocupación ciertas prácticas que dificultan el acceso a las librerías de los fondos de editoriales independientes, o que tienden a debilitar el sistema del precio fijo. Las mismas instituciones del sector precisan renovarse para dar respuesta a las nuevas exigencias del mercado.

Las administraciones responsables de la Cultura del Libro parecen convencidas de habitar en el mejor de los mundos posibles. En cualquier nivel, -municipal, autonómico o de la administración central- se constata la consolidación de dotaciones presupuestarias a todas luces insuficientes para el fomento de la edición y el desarrollo de la lectura pública, vulnerando, entre otros, el derecho de autor. En este contexto, edición e independencia son nociones socialmente necesarias que han de seguir vinculadas.

Los editores independientes que desde su opción personal apuestan por la calidad, defienden el valor simbólico de la edición y se sienten cómplices de los autores, los libreros, los bibliotecarios, los lectores y los ciudadanos comprometidos con los valores que el libro intrínsecamente entraña.



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