13/12/12

· Gestos comunes ·


Él: un hombre enjuto, flaco, barba blanca y gorro de lana azul hasta las cejas. Yo: toda de negro, falda, abrigo y gorro negro ladeado con cierta intención coqueta. Los dos nos hemos bajado en la misma estación a la misma hora, las 17h. 26mn. Él tiraba de un carrito amarillo cargado y viejo; parecía como si le hubieran borrado el logotipo de Correos para reciclarlo. Yo sujetaba un maletín negro grande y algo usado que aún conservaba cierta apariencia ejecutiva. Hemos hecho el mismo recorrido subterráneo, uno al lado del otro. El carrito amarillo y cargado circulaba rápido; el maletín negro menos abultado pero muy pesado no era tan ágil. Hemos salido en la misma avenida, hemos girado a la izquierda en la misma calle Hortaleza y nos hemos parado delante de la misma puerta. La librería aún permanecía cerrada. Hemos esperado los mismos siete minutos mirándonos extrañados. Se encienden las luces, se abre la puerta y se me adelanta el carrito amarillo. Los dos tenemos prisa. Ha sacado sus libros, todos de bolsillo y ya leídos (o no): La tía Tula, Tratado sobre la tolerancia de Voltaire y un montón más que que ha ido apilando sobre el mostrador. Cobra y se va. Avanzo y dejo los dos míos, muy voluminosos y sin leer aún. Cobro y me voy. Desciendo la escalera a gran velocidad, voy con retraso. No espero en el andén, subo rápido se cierran las puertas, me giro y estaba de nuevo ahí, con su carrito vacío y yo con mi maletín ligero.

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