11/2/12

· Granada ·


Arrastro mi maleta, cojo las llaves de un coche nuevo y confortable.

Me dirijo hacia un lugar que conozco bien pero que hace años no piso. Es la región del libre albedrío.

Arranco hacia la extremadura de las desataduras, el lugar donde se inicia un horizonte nuevo, sin rumbo, en el que está garantizada la plenitud de la acción.

En el gris metálico de un suelo de amianto y abril, en el gris metálico de un cielo, veo descender por la pendiente el gris metálico de una nave que viene a mi encuentro.
Todo en mí sonríe y reverbera.
Alcanzo la explanada y chequeo la mirada azul, plácida como el cielo del 25 de abril. Se baja de la nave, me desplaza de mi asiento para tomar el control de mi nave espaciosa y reluciente de pantallas luminosas.
Duerme, reclínate, yo te llevo.
Serás la Reina de Granada por unas horas.
Me reclino sobre palabras distintas. Respaldo seguro, sereno, confortable. Comemos, paramos, y una voz apacible me rinde feliz.
El temperamento cálido de Granada nos entrega aún más a esta indolencia que arrastramos sobre las ruedas.
Ponte más guapa. Te espero abajo.
Encontramos el mejor sitio para descargar en la feria del libro de Granada. Cielo malva, aceras blancas, la providencia del trébol de 4 hojas nos escoge el aparcamiento privilegiado.
No tolero que cargues mis cajas de libros sobre los hombros, como un esclavo. No puedo.
Sí, tira, me da igual, todo es para que brille mañana. Lo hago por ti.
Depositamos en las casetas de los libreros que nos miran incrédulos.

20 ejemplares aquí, 20 en esta otra.

Es finales de abril y pensaba que el tiempo era cálido de rebeca. La prisa olvidó mi rebeca y el frío de la sierra granadina es cubierto sobre mis hombros por una cazadora que más sabe de fríos que de temperaturas imaginarias.

Repartido el todo, comienza a despegarse un beso infinito que va subiendo a la altura de unos cipreses esbeltos dentro de un patio finito por ecos transparentes.

Transcurren ocho horas.
En doce, no llegamos...

¡Para! Me bajo, tomo un taxi, llego antes. ¡ Mesperan !.
¡Mírate el pelo despeinado!
Mentretienes con el desaliñar y llegamos.

¡Qué buen malabarista eres!

Sucumbimos al desasosiego del final en una gasolinera, desnudándome a los ojos de todos sin importarme, despojándome del vestido y calzándome el vaquero roto que tanto nos une para emprender un viaje de vuelta descalza sobre el hechizo

escuchándote.


· 25 abril, claveles rojos ·



No hay comentarios:

Publicar un comentario