9/1/09

s i r e n a s

Encantan a los mortales que se les acercan. ¡Pero es bien loco el que se detiene para escuchar sus cantos! Nunca volverá a ver a su mujer ni a sus hijos, pues con sus voces de lirio las sirenas lo encantan, mientras que la ribera vecina está llena de osamentas blanqueadas y de restos humanos de carnes corrompidas...

La Odisea de Homero.


Las sirenas, cuyo nombre proviene del griego antiguo Σειρήν, Seiren, que significa encadenado, son criaturas místicas, fabulosas, creadas como muchas otras por la mitología griega.
Su mayor rasgo era su encantadora voz, característica adaptada de las aves a las que se asemejaban en un principio, y endulzaban los oídos de los marineros arrastrándolos hacia ellas hasta que, inevitablemente, sus navíos se estrellaban contra los riscos que rodeaban su isla. En la actualidad, su apariencia es hermosa, pero en la antigüedad solía ser todo lo contrario: monstruosa, horrible, tanto que el poeta Horacio, en uno de los treinta apartados de su Epistola a los Pisones o Ars poetica, se refiere a ellas de este modo burlesco:

si en pez acabase lo que es una hermosa mujer por encima,
¿aguantaríais la risa al verlo, camaradas?

Atargatis, diosa de la Luna, protectora de la fecundidad y del amor, fue la primera sirena conocida por el hombre. Mitad mujer, mitad pez, era perseguida por Mopsos, un vidente que oficiaba en el altar de Apolo, en Klaros. Huyendo de él, Atargatis se sumergió en el lago Ascalón con su hijo, y gracias a su cola de pez pudo salvarse. Sin embargo, para muchos sabios griegos las sirenas tenían como padres a Calíope y Aqueloo, un río con la forma de un hombre con cola de pez.
Hic sunt sirenae (aquí están las sirenas), decía en los mapas marítimos del Renacimiento, tal era la influencia de las criaturas en la cultura popular de entonces. De hecho, desde la Edad Media hasta el siglo XVIII se creía por completo en su existencia. Por aquel entonces, un encuentro con una sirena solía ser interpretado como un signo de desastre o muerte por llegar, y la única forma de librarse era ignorándolas.


Sentado en un promontorio,
oí a una sirena montada en un delfín
entonar tan dulces y armoniosas melodías
que el rudo mar se volvió amable con su canto
y algunas estrellas saltaron locas de su esfera
oyendo a la ninfa de los mares.

Sueño de una noche de verano - Shakespeare





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