24/5/09

AUGIÉRAS

La fijación con Barceló por Augiéras viene de hace un tiempo. Personaje conflictivo y aventurero, el artista y literato francés recorrió numerosos países y también recaló en Malí, lo que al pintor mallorquín le ha provocado una mayor sinergia. Ahora, en cierta manera, será "artista invitado" en el pabellón español en la Bienal de Venecia de la mano de Barceló que, en cierta manera lo "apadrina" después de su muerte. Barceló ha querido incluir en la muestra piezas de pequeño formato del francés, que forman parte de la colección privada del mallorquín. Augiéras pasó su vida entre Périgord, Algeria y el monte Athos. Místico, provocador e insumiso, dejó una vasta obra literaria, así como magníficos cuadros y dibujos. Barceló los colecciona desde principios de los años noventa. Por eso, señala Barceló, decidió optar por Augiéras, "un artista casi desconocido del pasado inmediato que también vivió en África y que ha caminado un poco por las mismas rutas que yo", añade.
François Augiéras nace en Rochester, Estados Unidos, en 1925. De padres franceses, gasta casi todos sus días en Francia. A los catorce años abandona la casa materna, hastiado de una tiranía casi imperceptible. Del padre, apenas nada, muerto desde hace años. Viaja por África y Grecia y se instala, casi definitivamente, en la Dordoña. Fatigado de Occidente, recurre a otras supersticiones: el budismo, el pitagorismo, las cíclicas creencias de la Nueva Era. Para publicitar su fe, escribe narrativa. Algo dice André Gide sobre su primera novela y casi nada se afirma de las seis posteriores. Para la última, publicada póstumamente, un ritual: vivir lo que ha de escribir. Así, se interna en un asilo, habita una cueva y se entrega, al fin solo, a un extraño experimento: ensayar una nueva civilización, un nuevo estado espiritual, un humano otro. Muere, acaso propiciamente, antes de concebir su fracaso.
Una mañana, toda tedio, en la campiña francesa. Un festín inútil de moscas y animales. El sol y sus molestias. Entre la luz, un hombre que camina y no para. Ni los bichos ni aquellas cosas verdes lo detienen. Ya en su cueva, despotrica. Contra Occidente. Contra el cristianismo. Contra el mundo yermo. Si pudiéramos admirarlo (esto no es una foto), diríamos: uno de los nuestros, un misántropo. Más o menos. Porque dejamos de escuchar, no advertimos: de nuevo afuera, sobre el pasto, ya ora. En vez de despotricar, alecciona, alegremente. Sobre la naturaleza. Sobre el amor. Sobre Dios. Responde a un nombre –François Augiéras–, aunque allí, en la Dordoña, nadie lo llama de ese modo. El diablo ermitaño, dicen. El diablo escribe, no tratados, novelitas. Hay mejores, hay peores. Morirá pronto, apenas nos volvamos, porque no sido una vida fácil. Tiene, ya, 46 años. Miremos hacia arriba, apenas un instante, para dejarlo morir a solas. Cielo macilento.

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