
No le detuvieron ni las fábulas de los dioses, ni los rayos, ni el cielo con su más amenazante bramido, sino que aún más excitaron el ardor de su ánimo y su deseo de ser el primero en forzar los apretados cerrojos que guarnecen las puertas de la Naturaleza. (Lucrecio, I, 68-71)
¿Sólo una hora para el planeta?
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