El viejo locutor de radio
pone grupos de los ochenta, tristes como la ropa colgada
en los largos pasillos de Barlovento.
Nadie espera en aquella casa del extrarradio.
No a nosotros, como la voz del locutor
que tiembla en la bóveda de poemas
escritos en el jardín de Diana, cazadora
de nuestras almas, rocolas
chupas de cuero,
coñac de garrafa y Wittgenstein.
R.L.C.
No hay comentarios:
Publicar un comentario