Atenas, te aterricé en 1991 con mucho dolor.
N. G. y R. organizaron este encuentro ateneo para mí; querían recomponerme no sólo de un dolor también de una disgregación de mi ser provocados por la muerte de mi hermana Beatriz.
Me arrastraron hasta el avión. En ese aterrizaje, vislumbré el Partenón en las alturas de la lejanía de mi primera noche del primer verano, amargo como una almendra negra.
Atenas fue el lugar de mi primera recomposición. N. G. y R. me dedicaron sus mejores intenciones. Me aliviaron con afecto en sus atenciones diarias. Pusieron todo su amor en el asador de los octopus, Χταπόδια , y me los sirvieron en bandeja. N. alquiló una vespa para evitarme el duro ascenso al Partenón bajo un sol de justicia. Me agarré a su cintura y fue silbando hasta arriba, melodías absurdas que me hicieron sonreír y ascender el nivel de mis glóbulos rojos.
Atenas me reparó.
Volví a aterrizarla dos veces después para reconocerla en su belleza desapercibida antes, para compensar la devoción con la que fui atendida en sus calles.
Las revueltas de Atenas me revuelven umbilicamente.
Por simbiosis.
Siento mío el ardor de tu pueblo. Tal vez te reencuentre para preservar lo que es vuestro.